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Retos de la filosofía de café

Esther Charabati Nehmad

Pensar es una actividad peligrosa. Lo saben quienes detentan el poder, quienes crean los programas y contenidos escolares, quienes nos educan a través de los medios, quienes censuran, quienes reprimen. También lo sabemos aquellos que hemos abandonado la tranquilidad que da la certeza para hacernos preguntas, es decir, todos.

 

En mayor o menor grado, dudamos de tener la razón, de lo adecuado de nuestros métodos, de la sinceridad de los conocidos, del diagnóstico de los médicos, de la calidad de nuestro trabajo, de la amistad de los amigos y de la fidelidad de los amantes. Y la duda nos atormenta, nos quita el sueño, nos roba la confianza, despanzurra la autoestima y cercena las relaciones. Por ello, a menudo preferimos volver a nuestra existencia anestesiada.

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Una alternativa para no dudar en soledad, para compartir el tormento y el gozo de la duda, de la reflexión y del cuestionamiento, son los cafés filosóficos: un espacio ganado al dogmatismo y a la indiferencia donde nos damos el lujo de sabernos defectuosos y falibles, seres a quienes la verdad absoluta está negada, pero que disfrutamos tratando de alcanzarla.

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Los cafés filosóficos forman parte de la ciudad educadora: están abiertos  al público, a los paseantes, a los bebedores de café y constituyen un hito en la práctica filosófica. Su propósito es hacer filosofía ―pensar y discutir filosóficamente, desarrollar el pensamiento crítico― fuera de las aulas, con hombres y mujeres dispuestos a detenerse un rato para reflexionar, cuestionar y dialogar sobre temas que les interesan y que han sido abordados por la filosofía. Su propósito es que cada uno de los participantes vaya aprendiendo de su propia elaboración intelectual, de escuchar las intervenciones y de la confrontación de sus ideas con las de los demás. Se trata de “secuestrar” a la filosofía que ha vivido cómodamente en las aulas universitarias durante siglos, para que se acostumbre a los lugares públicos.

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Un comentario de un cafepensador ilustra esta idea:

 

Agradezco al café, porque de una manera simple ha desmitificado la aureola mística que revestía a la Filosofía, a la que sólo los "iniciados" o los filósofos entendían; ahora cualquier ser humano puede opinar y hacer Filosofía, cualquier ser humano que se siente, reflexione y opine puede hacer Filosofía. El hecho de hacer pensar a las personas, es un logro filosófico. Pero si alguien busca la verdad absoluta siempre podrá recurrir a la ciencia.

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Los retos de un café filosófico son muchos: convocar, motivar a los asistentes a elegir los temas y a dialogar, establecer un clima de respeto y cordialidad que estimule la participación, provocar y sostener un debate de calidad, dar coherencia al entramado que se va formando, promover una actitud de escucha, entender lo que cada uno ―con su estilo propio― quiere comunicar, acompañarlo para que profundice en sus ideas y mantener el humor. Esto, bajo dos condiciones fundamentales: la hospitalidad y la democracia.

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¿Por qué democracia? Porque es un espacio en el que nadie detenta la verdad, no hay respuestas buenas o malas, sino un intercambio de dudas, reflexiones y críticas en el que la única condición es la pertinencia: todos los participantes tienen derecho a intervenir y a que se les respete, siempre y cuando se ciña al debate del momento.

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Quizá el mayor desafío que enfrenta el animador sea sostener el interés durante el encuentro, tomando en cuenta que no hay una exposición ni un hilo conductor inalterable: el animador requiere la flexibilidad y la habilidad necesarias para pasar de un tema a otro sin extraviarse. Además tiene que mostrar la autoridad y la tolerancia necesarias para evitar que algún asistente monopolice el micrófono y para propiciar las intervenciones, aunque nadie está obligado a intervenir.

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Los cafés filosóficos suelen ser abiertos, lo que significa que no se trata de un grupo constituido, sino de un grupo en construcción permanente. La diversidad de ideas, intereses y experiencias brinda a la reunión una gran riqueza, ya que la gente nueva evita que se establezcan las mismas dinámicas. Uno de los participantes explica su experiencia:

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Yo había entrado a la librería a buscar un libro, y vi el cartelito al pie de las escaleras. Juntar la filosofía con el café, algo tan seriotamente formal con algo tan chismolero me pareció, sin embargo, más que un sacrilegio, una divertida asociación. Entonces me puse a orejear, porque allí estaban reunidos esa noche y decidí presentarme a la semana siguiente. Así me convertí en un contertulio más del café.

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Otro elemento fundamental en los encuentros es el respeto: todos tienen derecho a discrepar, pero nadie a ofender: se atacan las ideas, no a las personas. Es cierto que se requiere de un esfuerzo sostenido para lograr un clima cordial en el que las agresiones son frenadas de inmediato. Como afirma un participante:

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Vengo para escucharlos y escucharme en ustedes. Creo que todo es válido, mientras no haya daño entre nosotros, es casi como un contrato de matrimonio explícito, ¡¡¡Jejejeje!!!

Pasemos ahora al elemento central del café: el debate. ¿De qué depende de la calidad de un debate? Enumeremos los distintos factores:

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1. El tema. La elección del tema tiene que responder al interés de los participantes, por lo que son éstos quienes lo eligen, por votación. Si bien es cierto que el mejor tema puede empobrecerse, también lo es que un tema que sólo le interese al animador está destinado al fracaso. La labor de éste consiste, en este punto, en formularlo y darle un enfoque particular para que resulte atractivo. Por ejemplo, si el tema es la felicidad, se puede formular como ¿Estamos obligados a ser felices? ¿Se puede aprender a ser felices? ¿Ser conscientes nos impide ser felices? De esta manera, se le da una dirección al tema que lo acerque a las inquietudes de los asistentes.

2. Las preguntas. ¿Cómo involucrar a los asistentes para que de inmediato se sientan interpelados? Creo que iniciar con alguna pregunta que los sorprenda abre muchas posibilidades. En realidad, la base del debate son las buenas preguntas, es decir, las preguntas que hemos formulado cuidadosamente con anterioridad, que van a las raíces de las preocupaciones humanas y que no tienen una respuesta, sino muchas, que se pueden confrontar. Cuando el animador ya está convencido de que tiene la respuesta correcta, es señal de que se trata de una pregunta pobre que, más que abrir, cierra el debate.

3. El nivel de las intervenciones. Si bien el animador no puede contar con que las participaciones darán altura al debate, porque esto es imprevisible, si puede prepararse para abordar el tema con cierta profundidad y tener un plan B por si no arranca el debate. Cuando se trata de un animador con experiencia, esto sucede en forma espontánea.

4. La coherencia. Si bien un debate en un café filosófico no pretende el rigor de una clase de filosofía, dado que prioriza la libertad de expresarse, también es cierto que existe el riesgo de que se pierda el sentido de la búsqueda y acabe siendo una acumulación de ideas dispersas. El animador tiene que ir tejiendo una trama con las distintas ideas a lo largo de la sesión.

5. El lenguaje. De todas las causas que se puedan enumerar por las que la filosofía ha ahuyentado a la gente, creo que el lenguaje es la principal. Si utilizamos un lenguaje filosófico podemos estar seguros de que un alto porcentaje no nos entiende. Por otro lado, cuando uno domina los conceptos, se pueden transmitir con un lenguaje cotidiano. Y si no los domina, más vale alejarse de ese tema.

6. La escucha. El animador tiene que saber escuchar y poner el ejemplo: se trata de acoger los pensamientos e ideas de los participantes sin prejuicios, aceptando los diferentes estilos.

7. El diálogo. Quizá uno de los retos más difíciles consista en saber cuándo y cómo detener a alguien que habla mucho y aporta poco. Yo he optado por pedir que no se cuenten anécdotas ni experiencias personales. No siempre resulta. Además, siempre habrá asistentes ofendidos porque a algunos se les dejó hablar por más tiempo. Es inevitable. Hay que combinar la tolerancia con la disciplina, en el sentido de levantar la mano, esperar a que otros terminen…

8. Como el enemigo a combatir es el aburrimiento, dos elementos clave son el humor y la provocación, quizá la ironía; por supuesto, nunca a costa de otro, sino como una manera de mantener un ambiente alegre.

 

¿Qué tenemos en común? Nuestra inquietud, nuestra esperanza, nuestra inteligencia, nuestro deseo de superación, nuestro gusto en común, etc

No importan fechas, autores ni corrientes, importa el planteamiento de preguntas, la discusión de temas y las conclusiones a las que llegue cada uno en su momento de reflexión intima o pública, eso es Filosofía. Claro que un poco de documentación no hace daño, para formarnos una idea o pensamiento nuestro.

 

He encontrado en el Café Filosófico que atinadamente diriges, un punto de referencia entre mis ideas y las que expresan las personas que asisten al café. Disfruto mucho y al mismo tiempo aprendo. También es un buen manejo de las dudas y estados emocionales.

 

Los temas de discusión me interesan, ya sea porque amplían mis perspectivas, ya sea porque se conectan con algo que me molesta y que no he querido abordar. Me parecieron muy agradables las personas que asisten y espero incorporarme pronto.

 

Entre sorbos de café hemos creado un pequeño espacio democrático y afectivo que ha visto surgir de su seno amistades entrañables, proyectos académicos y laborales, propuestas de diversos tipos, cuestionamientos compartidos y la placentera costumbre de participar semanalmente en los debates.

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