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Historia del café filosófico 
Fátima Vargas 

Una de las prácticas desarrolladas para la promoción de actividades filosóficas en el ámbito no formal, es el café filosófico. El café filosófico representa una opción para la apertura de la filosofía en el espacio público, en el ámbito cotidiano, pero ¿qué es el café filosófico?, ¿cuándo surge y para qué?

 

Corría el año de 1992, cuando Marc Sautet (1947- 1998), profesor de filosofía en el Instituto de Estudios Políticos de Paris, después de su viaje por Alemania, convocó a sus amistades un domingo en el Café Phares des, ubicado en la plaza de la Bastilla, para formar un grupo de discusión denominado “Café para Sócrates”, el cual mediante su vinculación con la filosofía y el regreso al método socrático (de ahí su nombre), reflexionaría en voz alta sobre sus prácticas cotidianas. Con el paso de los días, domingo tras domingo, el encuentro entre cafés se volvió una actividad constante, hasta que de pronto, en la mañana de otro domingo cualquiera, un periodista de la emisora France Inter decidió acercarse a la mesa de discusión y transmitir en vivo no sólo la charla, sino algunas palabras de Sautet en las cuales describía su intención y experiencias con este tipo de encuentros. Al siguiente fin de semana, ocurriría algo inesperado, personas de diferentes sitios, edades y profesiones estaban en el café con el interés de participar en las discusiones, acontecimiento que llevó a Sautet a reorganizar la actividad para posibilitar la participación de otros pensantes, consolidando así una especie de cuerpo colectivo sustentado en la pregunta, la palabra y la escucha.

 

Las reacciones frente a dicha actividad fueron diversas, por una parte, la reacción de la institución filosófica fue negativa, pues consideraban que las discusiones desarrolladas en estos espacios no eran filosóficas, por lo que fueron pocos los profesores vinculados a la filosofía que se atrevieron a incursionar en dicha actividad y contribuir a su desarrollo. La crítica de estos últimos, se sustentaba principalmente en dos ejes: en una “visión ascética, formal y erudita de la filosofía y en el menosprecio del sujeto pensante <<ordinario>>” (UNESCO, 2011: 162); y por otra parte, frente a dichos posicionamientos; los encuentros y las discusiones comenzaron a desarrollarse de forma constante en otras cafeterías de la capital, así como en otras ciudades del mundo, siendo coordinadas y desarrolladas por personas interesadas en el tema y no propiamente filósofos. Actualmente en Paris, existen más de 200 establecimientos dedicados a este tipo de prácticas, en donde la gente se reúne no propiamente a discutir autores relacionados con la filosofía, sino a tratar de entender el mundo y su relación con el mismo, conceptualizando y encarnando a la filosofía como forma de vida. 

 

En el caso de nuestro país, por poner algunos ejemplos, ocho años después de la puesta en marcha de dicho proyecto filosófico, Esther Charabati fue la primera en coordinar y realizar cafés filosóficos en el centro de la Ciudad. Seis años después en Chihuahua, con la coordinación de Carlos Alejandro Ordóñez, también profesor de Filosofía, se fundó el Círculo de Investigaciones Filosóficas y Jurídicas, “asociación civil dedicada a la investigación, educación y la difusión del pensamiento crítico, filosófico y jurídico” (Galván en: Portela, 2015) dentro del marco del día internacional de la filosofía. Actualmente, debido al impacto de los cafés en la formación de sujetos, en ese mismo Estado, se desarrollan dos cafés filosóficos, uno en el centro de Chihuahua y otro en el municipio de Nuevo Casas Grandes, el cual es moderado por Gabriela Urquiza, quien denomina a estos espacios como “Cafeteando Filosofía." Poco a poco esta actividad se ha ido extendiendo en el país hasta consolidar la “Red Mexicana de Cafés Filosóficos”, sin embargo, existen cafés de este tipo que sin pertenecer a dicha red realizan actividades relacionadas con filosofar en grupo[1].

 

Antecedentes del café filosófico

 

Entre los antecedentes del café filosófico encontramos principalmente los siguientes:

 

El “Taller de filosofía”, concepto anterior al filocafé, que emergió en las universidades populares de Europa y que fue renovándose a partir de su contacto con los cafés filosóficos, por lo que desde los años sesenta y en tiempos presentes, realizan tareas compartidas aunque con sus respectivos matices.

 

El taller de filosofía, surge en la Edad Media como un espacio de encuentro caracterizado por tener como principal representante a un especialista o conocedor del tema, quien no sólo fungía como moderador, sino como autoridad intelectual encargada de informar o rectificar la intervención de los participantes. Sin embargo, justo por ser un taller, se destinaba más tiempo a la discusión que a la exposición, pues se trataba en términos generales, de “invitar a los participantes a producir ellos mismos un pensamiento, más que asistir de manera relativamente pasiva a la presentación hecha por un especialista” (UNESCO, 2011: 163).

 

En un primer momento los talleres, se dirigían a un público específico, pero posteriormente con la popularización de la filosofía y la concurrencia de público diverso, los talleres se apropiaron de otras estrategias, lo cual ha posibilitado que aun su existencia esté en acto.

 

Retomando a Arnaiz, podríamos pensar no sólo al taller filosófico, sino también al café filosófico como una serie de prácticas que, mediante el encuentro con el otro, posibilitan retornar a la Grecia clásica y  filosofar no con fines – o solamente- con fines teóricos, sino para vivir, para existir. Retornar directa o indirectamente la mirada al ámbito grecolatino posibilita concebir a la filosofía como práctica de vida, concepción enclaustrada en la Edad Media, época en la que se despojó a “la filosofía de su componente vital y práctico, concibiéndola exclusivamente como una actividad teórica” (Arnaiz, 2011: 3). En esta época, la filosofía se constituyó como disciplina y saber especializado dentro de una sede central, misma que se encargaba de legitimar su carácter verídico.

 

Siguiendo con la Grecia clásica, el espacio donde se llevaban a cabo la toma de decisiones de la polis a partir del encuentro y la deliberación por parte de los ciudadanos varones era el ágora. En términos generales el ágora era el espacio social que convocaba y reunía a los ciudadanos para reflexionar y discutir de manera conjunta sobre las relaciones individuales y colectivas entre los mismos y sus representantes. Probablemente, la toma del espacio público como en la Grecia clásica, resulte una utopía, un ideal regulatorio, sin embargo su presencia en el imaginario, posibilita la apertura al espacio y a su apropiación por medio de la reflexión y discusión común, intención desarrollada por las diversas modalidades que componen la filosofía en la ciudad.

 

Finalmente, estableciendo puentes de conexión entre la Grecia clásica, el taller filosófico y el filocafé encontramos que lo que prepondera no es la búsqueda de productos o fines, sino la configuración constante de pensamientos por medio de la escucha, la voz, el sentir y la crítica. Filosofar se convierte en “practicar gimnasia con la mente,  ejercitar nuestra reflexión para mejorarla y para mejorarnos (…) es un trabajo sobre nuestra mente y sobre nuestro ser” (Arnaiz, 2011: 5). Por ello frente a las críticas al café filosófico al considerar que se centra en la doxa o en el sentido común perdiendo su carácter filosófico, podemos visualizar que la finalidad de este tipo de actividades, justo radica en problematizar el sentido que se le da a las cosas, cómo se configura la realidad y cómo nos posicionamos frente a la misma. La filosofía se convierte así, en un elemento “transversal que busca desarrollar la capacidad de pensar y en una oportunidad para considerar reflexiva y críticamente las opiniones sobre nosotros mismos y sobre nuestro mundo” (Arnaiz, 2011: 3).

 

Volver la mirada a la filosofía desde los cafés filosóficos es asumir que la misma también “ha crecido a mano de los no expertos” (Frodeman, 2016). Desarrollar cafés filosóficos representa un esfuerzo por retomar el espacio público mediante la reflexión, el cuestionamiento y el encuentro con el otro. La filosofía es en la ciudad, es en la carne, es en el encuentro entre cuerpos, es en la vida: en el centro de la vida pública, en la toma de decisiones tanto individuales como colectivas.

 

 

 

 

 

Fátima, Vargas

Referencias

 

[1] El resto de los cafés filosóficos ubicados a lo largo de la República Mexicana, podrán ser consultados en otro apartado del presente blog.

Cafés filosóficos en México 

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