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Filosofía en la ciudad y productos de autoayuda. ¿Alguna diferencia?

Creemos que la filosofía debe salir al espacio público, pero debe hacerlo manteniendo su carácter filosófico, es decir, su rigor, su exigencia de fundamentaciones, su carácter crítico. Esta declaración de principios viene a cuento porque con cierta frecuencia escuchamos que alguien toma un curso de metafísica, de ontología o de asertividad, y consideran que están estudiando filosofía, a pesar de que sólo escuchan recetas para una buena vida salpicadas de citas de autores reconocidos -especialmente los griegos- y parábolas.

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Sin embargo, por momentos, en el Seminario de Filosofía en la Ciudad nos preguntamos si hay diferencias entre el café o la consultoría filosófica y la autoayuda o superación personal. La frontera es muy delgada y la tentación de “resolverle” la vida a los demás está siempre presente. Con el propósito de identificar las diferencias, nos pusimos a leer libros de autoayuda, entre ellos: Caldo de pollo para el alma, Relatos a Demián, El monje que vendió su Ferrari, El arte de envejecer y El hombre en busca de sentido. Decidimos dejar este último en una categoría distinta a las mencionadas.

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Un breve marco histórico: la literatura, cursos -y toda clase de productos- de autoayuda son parte de un proceso que inicia con el existencialismo de posguerra y anima a las personas a “convertirse en lo que realmente son” y pasa por el New Age -un movimiento de contracultura que nace en los 60 y plantea un conformismo egoísta bajo el velo de la superación personal, el “mindfulness” y la compasión. Se trata de una cultura terapéutica del bienestar que ignora las formas de moralidad tradicionales y plantea la necesidad de eliminar la culpa. (Critchley y Webster, 2013) El valor supremo es la autenticidad, vaciada de todo contenido ético.

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La autoayuda o superación personal es una subcultura del New Age que se caracteriza por integrar elementos tan disímbolos como la medicina holística, la psicología, el yoga, el ambientalismo, las religiones -especialmente las orientales-, el esoterismo e incluso la cosmogonía de los pueblos originarios (Peón, 2010).

Una de las características de esta “cultura” es su estrecha relación con el mercado, pues si bien algunas de las preocupaciones que plantean son legítimas, han sido simplificadas -incluso vaciadas- para ser atractivas en el mercado. Es el caso de la literatura de autoayuda.  

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Estos libros tienen un gran éxito y muchos de ellos se convierten en best sellers. Su objetivo es enseñar al lector las estrategias para que pueda lidiar con los problemas que están entorpeciendo el camino que lo llevará a una meta determinada, ya sea la superación de una relación, el éxito profesional o la recuperación de la autoestima. Por un lado, ofrecen instrucciones para resolver problemas de todo tipo -al estilo de “15 pasos para vencer a tu enemigo”-; por el otro, venden la idea de que el individuo puede superar cualquier obstáculo sin tomar en cuenta factores externos: a partir de relatos personales, demuestran que pueden alcanzar el éxito y ponen como modelo sus experiencias. Otros relatan cuentos con mensajes motivacionales.

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Como el objetivo de estos autores suele ser vender, no pueden darse el lujo de tratar casos particulares para enunciar los pasos que llevarán a un lector a superar, por ejemplo, la muerte de su hámster. Más bien abordan problemas generales, pero ése es uno de los inconvenientes: Los cuatro acuerdos[1] no funcionarán a todos los lectores para poder vivir en felicidad y en armonía con ellos mismos y con los demás -si esto fuera posible-, e incluso es probable que su idea de “felicidad” difiera de la del autor. Esto puede generar angustia en el lector que, al no hallar respuesta, siente que es él el que falla.

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Cuando una persona se encuentra en un momento vulnerable emocionalmente, busca ayuda de todo tipo; por ello, si se topa con un estante de libros que le promete una respuesta, es probable que adquiera varios. Y es posible que las frases hechas organizadas con cierta creatividad, resulten impactantes en un momento de fragilidad y le hagan sentir que “le cambiaron la vida”. Sin embargo, los libros de autoayuda no ahondan en los problemas ni generan una postura crítica, pues ésta requiere cuestionamiento, curiosidad y duda, que son los motores de búsqueda e indagación. Pero, a diferencia de la filosofía, la autoayuda no brinda herramientas para que el lector se haga preguntas o para que desarrolle algún tipo de reflexión. El “cambio de vida” es cosmético y provisional.

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Algunas de las constantes que identificamos en los libros revisados son: la generalización, el hecho de que el autor se presente como autoridad en el campo, la exclusión del azar -si se siguen las instrucciones, automáticamente se logra el objetivo- y una gran cantidad de consejos. Además, las ideas suelen contradecirse porque el rigor es sustituido por la persuasión y por un lenguaje coloquial y amigable. Un elemento que nos pareció fundamental es el engaño, pues el material se presenta como una vía directa para alcanzar los resultados prometidos, desde mantener un matrimonio o ser un vendedor exitoso hasta olvidar a la persona amada. Por otro lado, estos libros parecen dirigidos a personas que atraviesan por un período en que se sienten frágiles.

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Es interesante que en el mercado se encuentren muchos libros de autoayuda para niños. Suelen presentar cuentos o historias basadas en hechos reales, tienen un leguaje simple y van dirigidos a la autoestima -o carencia de ésta- del lector. Podría pensarse que su valor reside en que intentan fomentar la autoestima con su mensaje sobre la importancia de ser positivos. Sin embargo, esto no basta para lograr que los niños tengan autoestima, se necesita, entre otros factores, de la colaboración de los padres, maestros y sociedad en general.

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Haciendo una comparación de la autoayuda con la Filosofía para niños, vemos que ésta parte a menudo de los problemas cotidianos, pero no se queda en la “historia de apertura”, pues el objetivo es que el niño, a través de su propia experiencia y palabras, logre expresar lo que piensa respecto a una situación o tema. No ofrece “un cambio de vida”, pero ha demostrado ayudar al fortalecimiento de la autoestima a través de los diálogos llevados a cabo en el salón de clase o talleres; se crea el ambiente para que los niños hablen, incitándolos a participar y haciéndoles saber que “todos quieren oírlos”, saben que su palabra es importante y tienen derecho a hacer uso de ella.

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La autoayuda -declara una integrante del equipo de Filosofía en la Ciudad- ni enseña a pescar, ni regala el pescado, sino que lo vende en Sanborns, empacado y congelado, lo que explica su mala calidad. En cambio, las diversas prácticas filosóficas y en particular el café filosófico se caracterizan por el cuestionamiento: no se busca dar respuestas, sino compartir preguntas, ayudar a los participantes a formular cada vez mejores preguntas, a ser críticos y a que fundamenten sus posturas. No buscan convencer sino debatir, y no hacen promesas. Más que un método que encamina hacia un fin determinado, es una propuesta que busca el diálogo y el intercambio de opiniones sobre la vida cotidiana.

 

[1] “Los cuatro acuerdos” es un libro de Miguel Ruíz en el que retoma la sabiduría tolteca para mostrar al lector el camino a la felicidad. Los cuatro acuerdos son: 1. Sé impecable con tus palabras 2. No te tomes nada personal 3. No hagas suposiciones 4. Haz siempre lo máximo que puedas.

Esther Charabati Nehmad

Brianda Ávalos de la O

Valya Bautista Mixcoatl

Andrea Madero Castro

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